La vegetariana. Había oído hablar de ella. Fue en uno de esos canales de YouTube donde ser entendido en literatura significa echar mucha espuma por la boca y estar insatisfecho con todo aquello que es fácil y comprensible. Porque si no es hermética, fría, indescifrable, no es literatura.
No ha sido hasta casi un año después que esta novela se ha vuelto a cruzar en mi camino. La pesé: apenas 200 páginas. No me matará. Y lo dije con incredulidad. Sabiendo que últimamente nada pasa el corte y me cuesta ir más allá de la tercera página. Pero la he devorado.
El prólogo es ese amigo que te presta el libro y te dice: «Prepárate: Dumbledore muere». Necesario quizá, pero totalmente prescindible. Disculpe señor, hay una novela en su prólogo. En serio. NO.
La vegetariana es una novela a 3 voces. Marido, cuñado y hermana tejen el relato de Yeong-hye, la vegetariana, mientras nos cuentan su propia historia. Una protagonista sin voz. Una sombra en las dinámicas de poder familiares y sociales. El incómodo guisante bajo el colchón que no deja dormir tranquilo a nadie.
Bajo el paraguas de una decisión aparentemente inocua (no volver a comer carne), Han Kang nos habla de patriarcado, violencia y libertad. Del poder inherente a nuestra existencia. O la falta de él.
No es una novela previsible. O quizá sí. Pero a cada página sientes que la historia se te va de las manos. Con asombro ves caer cada ficha de dominó como si no pudieses imaginar el final. Quisiera decir que la bola de nieve se hace tan grande que la escritora abandona el marco de la realidad. Pero no es así.
¿Mi parte favorita? El marido. Sus pensamientos golpean con fuerza. Su frialdad corta como un cuchillo bien afilado mientras todo está por suceder aún. La cotidianidad de su violencia te sacude en silencio. Las disculpas de la familia de ella por su «mala actitud». Simplemente brutal.
Comienza así…
«Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez.»
Mientras le doy el último trago al café con leche pienso en encender la luz. Si voy a trabajar, sin duda, necesitaré más luz. De repente me doy cuenta de la rapidez con la que me han robado las horas de trabajo en la oscuridad, de madrugada.
Leo el correo, como preámbulo del día. Hoy domingo, la newsletter de Amaya Ascunce. Aún no he decidido si la newsletter me gusta, pero ella me resulta una mujer interesante. Busco el libro que recomienda, y tomo nota mental de leerlo pronto. Arrastro la newsletter a la carpeta de todo aquello que jamás tendré tiempo de revisar.
Pienso en los libros y miro mi taza vacía de café. Mi mente está tan llena de trabajo que es incapaz de descansar sobre las páginas de dos libros maravillosos que tengo a medias.
Pero no he venido a justificar la ausencia de una gran mujer este domingo. Sino a hablaros de algunos pequeños proyectos. Aunque el trabajo no me da tregua, me he embarcado en la propuesta de Dani y Marina de Tutti Arte (@tuttiarte.tm) de hacer, durante el mes de marzo, un diccionario de mujeres en Instagram. A letra por día, las mujeres artistas tomarán el control de nuestros posts y stories.
Además quería hablaros de la plataforma La Roldana (@laroldanaplataforma), por la inclusión de las mujeres en el currículum de historia del arte en bachillerato. Seguro recordaréis el change.org que inició Miriam Varela de La artista olvidada (@la_artitsta_olvidada). Pues La Roldana es una plataforma impulsada por la propia Miriam y por Montse de (@donesartistes) en la que colaboramos más de 100 mujeres para devolver a las artistas el lugar que merecen. Estoy emocionada.
…y de momento eso es todo! Voy a seguir perfilando «la primera entrada del diccionario» que llegará mañana al Instagram de este blog (@alizarisa). Nos leemos.
Hablemos de la artista sueca contemporánea de mayor proyección internacional. Hablemos de Mamma Andersson.
Hablemos de la artista sueca contemporánea de mayor proyección internacional. Hablemos de Mamma Andersson.
Las obras de la artista sueca Mamma Andresson esconden un secreto. Son como esa escena de una película en que todo está en calma y la banda sonora desaparece. El silencio toma el control de la escena y sabemos que algo está a punto de pasar.
Cuando miras sus cuadros te das cuenta de que todo está en su lugar. Todo es correcto. No hay ninguna pista, ningún aviso. Y aún así, algo no va bien. El misterio es palpable.
Algunos dicen que Andersson es una maestra de la belleza post-apocalíptica. Y quizá tienen razón. Otros en cambio, aseguran que sus imágenes corresponden al mundo de los sueños, o a una distopía. La realidad es que ella misma afirma sentirse atraída por lo oscuro, lo difícil. Encontrar belleza en el misterio, la oscuridad. Como la belleza atrapada en los cementerios.
Pero no os equivoquéis. Quizá os parezca al mirar uno de sus cuadros que os estáis asomando al interior de alguien. A sus más profundos pensamientos. Pero en ellos nunca encontraréis violencia ni tampoco la veréis jamás sacar partido del horror.
Su proceso de creación
Su proceso de creación es fascinante. Rodeada por miles de libros, atesora imágenes (generalmente en blanco y negro) en las que luego inspira sus composiciones. Paisajes cercanos a ella, fragmentos de películas, interiores de época… cualquier imagen puede ser desvestida de su contexto y barnizada en la modernidad que respiran todas las obras de Andersson.
La artista cuenta en una entrevista para el Louisiana Museum of Modern Art (cuyo enlace a YouTube os dejo abajo) que de pequeña tuvo dificultades para aprender a leer y escribir. Y que de esta dificultad nació su amor por las imágenes y su pasión por el cine.
Habla también de la dificultad de comenzar proyectos. De la inseguridad y la duda sobre el valor de una misma que genera el lienzo blanco. Cuenta su proceso con tal franqueza… ¡que cualquiera creería que está hablando la artista sueca de mayor proyección internacional!
Pero como iba diciendo, los cuadros de Mamma Andersson están llenos de secretos. Capa sobre capa, la pintura se acumula revelando cada pequeño detalle, para luego fundirse en un ligero baño de color que nos oculta la respuesta que buscamos. Para conseguir revelar lo que sus imágenes ocultan, solo podemos seguir observando.
Tras la euforia de descubrir «Des/Orden moral» en el IVAM y revisitarla, y re-disfrutarla, llegó el momento de desgranarla minuciosamente lápiz en mano.
Y es que el catálogo está lleno de datos curiosos, citas y salseo de primer orden (quien se acostaba con quién, soñaba con quién, amaba a quién). Porque claro, hablar de sexo, amor y relaciones con nombres y apellidos (de artista) es lo que tiene, que saca la mejor versión de Rita Skeeter que hay en nosotros.
Pero una vez hecha la broma, los ensayos del catálogo me han gustado mucho. Para nada caen en el mal gusto y en cambio tienen un hilo conductor claro que te lleva de artista en artista, de pareja en trío, y de país en país.
La exposición trata sobre el desorden. Y por desorden entendemos todo aquello que se aleja (en mayor o menor medida) de lo convencional. De lo fácil. de lo establecido. Incluso de lo legal.
Europa pre-sigloXX
Queremos hablar de la Europa en el período de entreguerras, pero para saber cómo llegamos a este periodo debemos echar un poco la vista atrás. ¿Cómo era la realidad de mujeres, homosexuales y queers en la Europa del siglo XX? ¿Pero existe eso que llamamos «Europa»? La realidad era muy diferente según «en qué Europa» nos encontremos.
En la Francia de comienzos del siglo XIX, por ejemplo, el código penal no castigaba la homosexualidad. Desde luego, no castigaba la homosexualidad escondida, alejada de las manifestaciones públicas (y por tanto escandalosas y ultrajantes). Con la «permisividad» francesa contrasta la legislación alemana o inglesa que reservaba penas de cárcel e incluso de muerte a los homosexuales (omitiendo a las lesbianas: ¡¿qué mujer en su sano juicio querría acostarse con otra mujer?!).
Por otro lado, la corrección propia del siglo XXI nos hace hablar de homosexuales, gays y lesbianas, pero la realidad en el siglo XIX era muy diferente: no fue hasta 1869 que el astro-húngaro Kertbeny acuñaría los términos homosexual y heterosexual. Hasta la fecha tan solo existían sodomitas, uranistas, dionistas…
A finales del siglo XIX y comienzos del XX se extendió un culto al cuerpo muy parecido al que vivimos hoy en día. El cuerpo musculoso, desnudo, (masculino), como símbolo de salubridad. El deporte como símbolo de modernidad. El sentimiento era global: Inglaterra y Alemania bien en su vertiente mitológica o sirviéndose de la imagen de los marines, rendían tributo al cuerpo del hombre joven. Hombres pintando hombres, abrazando la belleza de su desnudo, su heterosexualidad intacta. Ni sombra de la duda.
Flottans Badhus, Eugène Fredrik Jansson (1907)
Pequeñas, nuevas libertades.
Por su parte, el año 1895 sacudió los cimientos de la sociedad británica. Oscar Wilde fue condenado a dos años de cárcel y trabajos forzados por ultraje a la moral pública. Esta sociedad, constreñida en los hábitos victorianos, en la contención y represión de las emociones y deseos se rebeló en la diversidad y el arte.
De aquella rebelión necesaria surgió, entre muchos otros, el círculo de Bloomsbury. Se erigió en lo que hoy llamaríamos un espacio queer de debate artístico e intelectual que abarcó prácticamente todas las disciplinas y se manifestó en todos los ámbitos y espectros (incluyendo sexo y género). Se relacionaban a todos los niveles, sin tener en cuenta convenciones ni imposiciones de ningún tipo. Las hermanas Vanessa Bell y Virginia Woolf, la amante de Woolf Vita Sackville-Weast o Duncan Grant (padre de la hija de Vanessa Bell) fueron algunos de sus integrantes. Dorothy Parker llegó a decir de ellos que «vivían en squares y amaban en triángulos».
Guerra, post-guerra y violencia.
Pero llegó la guerra. Y tras la gran guerra llegó la pobreza, la miseria y la necesidad de reconstruir la sociedad. La rabia y el resentimiento latente en las venas de los hombres (aquellos que perdieron la guerra), se tradujo en un aumento brutal de crímenes sexuales contra las prostitutas en particular y las mujeres en general. El arte trató de reflejar y a su vez exorcizar toda esta violencia.
La mujer sexualizada como objeto de consumo surgió a la vez que la cultura de medios (revistas, periódicos, teatro…). Contrasta la nueva imagen de la mujer con pantalones, fumadora y cabello à la garçonne (la mujer liberada estoy tentada de decir) con el feroz consumo de imágenes de mujeres semi-desnudas en que son agarradas, manejadas, por hombres completamente vestidos que las poseen (económicamente).
George Grosz (1916 y 1922)
En su necesidad por construir una sociedad moderna, Berlín se convirtió en el centro de la vida nocturna y la libertad sexual. Pero la burbuja estaba a punto de estallar: los nazis llegarían pronto al poder (y con ellos la represión de todas las libertades).
Totalitarismos y culto al cuerpo.
Los escultores nazis tomaron como sello de identidad el culto al cuerpo, que fue usado como propaganda de la superioridad aria, como forma de exaltación del nazismo. De forma similar ocurriría en Italia con Mussolini. En cambio, en España, el franquismo no buscaría tanto la fuerza y salubridad del cuerpo ideal, de la escultura griega y romana, sino que el adoctrinamiento heteropatriarcal, católico, tomaría ejemplo de la servidumbre del medievo.
En cuanto a los rusos, tras despenalizar la homosexualidad en 1918, la llegada de Stalin dio carpetazo a muchas libertades. El prototipo soviético de pareja estaba claro: el martillo y la hoz. Obreros y koljosianas (campesinas de granjas colectivas) enérgicos, fuertes, listos para trabajar. Las libertades de las mujeres en este contexto eran muy limitadas, el machismo fluía libre por las calles soviéticas (y prueba de ello son también las miles de mujeres alemanas violadas tras la segunda guerra mundial).
Si algo queda claro del análisis de este periodo es que hubo grandes avances sociales. Seguidos de grandes retrocesos. La historia parece no dejar de pendular. Y aunque algunos de estos momentos ahora nos resulten lejanos, el arte da testimonio de ellos (y puede ser una gran advertencia de donde queremos o no queremos ir).
El domingo pasado visité la exposición des/orden moral con una amiga. Ella es una de esas personas capaz de convertir un triste domingo en el mejor día de la semana, así que cuando me dijo de ir a verla, sin saber de qué me estaba hablando, me apunté.
Una vez allí, vagamos un poco desubicadas por el IVAM hasta que encontramos la exposición que habíamos ido a ver. Nada más cruzar la puerta tintada supe que aquello me iba a gustar. Paseábamos sin prisa entre familias, parejas y grupos de amigos que cuchicheaban y se reían. Domingo por la mañana. El museo a rebosar. Y de repente me giré y lo vi. Allí estaba. En silencio. Sin llamar la atención. Incluso mal iluminado. Un maravilloso cuadro de Tamara de Lempicka.
Perspective, Tamara de Lempicka (1933).
Traté de contener mi emoción y no salirme del circuito: lo peor que puedes hacer en época COVID. Tamara me había alertado y empecé a prestar atención. A leer las cartelas. Y buscando… encontré. Maruja Mallo, Romaine Brooks, Gerda Wegener, Vanessa Bell… aquella exposición me estaba encantando, pero descubrir aquellos impresionantes cuadros pintados por mujeres supuso una revelación: debía volver. Sola. Sin familias, sin parejas. Sin esa multitud que te apremiaba a seguir caminando.
Ernesto de Fiori, 1914
El montaje
El circuito COVID parece romper un poco la coherencia de la exposición, dividiendo salas, cortando la narrativa de forma muy poco natural. Las dichosas cortinas naranjas que impiden que te salgas del redil son como una vieja moqueta: producen calidez y repugnancia. Incomodidad e intimidad a partes iguales.
La exposición des/orden moral tiene un tema claro: la sexualidad en el período europeo entreguerras. El sexo como reflejo de lo humano, de la búsqueda de libertad, del arte. Una exposición que rompe una lanza por el love is love. Piel es piel. Una exposición llena de brillos, matices, detalles curiosos, sueños y sensualidad.
Obras de Mariette Lydis y Gerta WegenerDetalles de obras «El mediodía» y «Mar en reposo» de Néstor Martín-Fernández de la Torre.
Os diré que volví. Sola. El miércoles por la mañana. Y no me quise ir: la vi dos veces seguidas y salí con miles de fotos en la retina (y en mi móvil) y una sonrisa bajo la mascarilla. Las entradas del IVAM son gratuitas hasta fin de año. ¿A qué esperáis?
Flottans Badhus, Eugène Fredrik Jansson (1907)
Funf Mädchen am Strand, Otto Mueller (1921)
Dos mujeres en la playa, Maruja Mallo (1928)
El mediodía y Mar en reposo, Néstor (1934 y 1923)
Detalle de Nu au canapé rouge, Suzzane Valadon (1920)
Detalle de Perspective, Tampara de Lempicka (1933)
Flucht, Hannah Höch (1931)
Detalle de Erotic scene with two male nudes, Duncan Grant
Cuando decidí escribir sobre Zinaida Serebriakova estuve un tiempo pensando acerca del desnudo. De los desnudos sexualizados para uso y disfrute de algunos hombres. Y de cómo las mujeres desnudas de Serebriakova parecen evitar esta cosificación. Comparé, como muchos antes que yo, la Sauna de la artista con el Baño turco de Ingrés.
La sauna, Z. Serebriakova (1913)
Baño turco, J. Ingres (1852)
Y aunque las diferencias son evidentes (las mujeres de Ingres son casi una parodia de si mismas), no era esto lo que me atraía de ella.
De Zinaida adoro el brillo, la vitalidad. Sus cuadros son como pequeños frascos de esencia, puros. Y aunque algunos dirán que tan sólo es una característica más del estilo que domina su obra, la realidad es que Serebriakova sobresalía.
Nació en 1884 en la Rusia que hoy llamamos Polonia. Con una madre dibujante, un padre escultor y un abuelo arquitecto, Zinaida se crio en un ambiente que le permitió desarrollar desde pequeña todo su potencial artístico. Y pese a que Serebriakova respiraba arte en cada bocanada de aire, muchos aseguran que su mayor influencia fue su tío materno: Alexandre Benois.
Benois fue uno de los fundadores de la revista (y movimiento artístico) Mir Iskustva en 1898 (que, para aquellos que no hablamos ruso fluido, significa «Mundo del Arte»). Cansados de la rigidez del idealismo clásico que imponía la Academia de San Petersburgo (héroes y mitología griega a tutiplén) los rusos buscaron una nueva forma de arte. Un arte ruso. Un arte para el pueblo. Un arte que respirara la realidad social y política rusa. Que bebiera de sus paisajes y convirtiera cualquier escena íntima en imagen y modelo de la vida rusa. Y en este espíritu trasformador enmarcamos también la obra de Serebriakova. Este movimiento, encarnado en la revista Mir Iskustva, unió bajo sus alas a pintores, ilustradores, diseñadores escénicos, restauradores… Toda una renovación artística y social que culminaría en la revolución de octubre (1917).
En esta revolución la vida de Zinaida dio un vuelco. Su esposo murió estando encarcelado y dejándola sin sustento, 4 hijos y una madre enferma. Pero el arte de Zinaida era valioso. Y ella lo sabía. Cuando lo fácil hubiese sido buscar un trabajo «más convencional», ella siguió pintando. Cambió sus materiales (a más económicos) pero no su calidad. En 1924 fue invitada a París a realizar un gran mural. Siendo el único sustento familiar, dejó a sus hijos atrás y marchó a París.
Y tardó 36 años en volver. 36 años sin reencontrarse con su hija mayor, Tatiana. 36 años tuvo la entrada prohibida al país. Pero ella, siguió pintando. En 1966, un año antes de su muerte, su obra fue por fin reconocida en Rusia con una gran retrospectiva en Moscú. Un año después Zinaida Serebriakova murió en París. Una mujer que convirtió en belleza todo cuanto tocó.
Como leer La historia interminable a la luz de la linterna bajo una sábana. La lluvia que golpea con fuerza el cristal en un masaje relajante que acaba en un estallido luminoso. El crepitar de una chimenea de leña. Los primeros buñuelos con chocolate de la temporada. El hormigueo en las mejillas tras una larga carcajada. El olor a libro nuevo. Como ese libro que se adueña de tu tiempo y espacio y te lleva lejos… a mundos nuevos. Así fue descubrir a Toyin Ojih Odutola.
Iba en el metro de camino al trabajo escuchando uno de mis podcasts favoritos The great women artists cuando googleé su nombre. Su obra me maravilló en cuanto comenzaron a cargarse las imágenes ante mis ojos. Fue amor a primera vista pero mi fascinación fue creciendo conforme fui encontrando información sobre ella.
Toyin Ojih Odutola añadió el Ojih, el apellido de su madre, a su nombre en 2015. Procedente de Nigeria emigró a Berkeley (California) cuando solo tenia 5 años. Aterrizó en California sin saber ni una sola palabra de inglés, y cuatro años después se mudó a Alabama donde rápidamente aprendió la compleja realidad del racismo. La importancia de ser negra. Africana para más señas.
Comenzó a dibujar como forma de evasión y poco a poco se construyó un espacio y un nombre. Ha recibido múltiples premios, incluso apareció en la revista Forbes como una de las personas más influyentes de menos de 30 años.
Pero lo que más me fascina de su obra es su forma de crear. Su forma de construir historias. Escribirlas y luego plasmarlas sobre el papel. Su capacidad narrativa me recuerda a Úrsula K. Le Guin: ambas crean imágenes potentes que nos ayudan a cuestionarnos la realidad y transformar el mundo a nuestro antojo. ¿Imaginas un África de-colonial? ¿Imaginas una antigua civilización en Nigeria central donde las mujeres gobernaran sobre una población de hombres-humanoides? De colores vibrantes a todo al negro. Coge aire y deja volar la imaginación. Toyin Ojih Odutola.
El agua comienza hervir. Y en la pequeña burbuja que desde las profundidades de la olla, crece y rompe con fuerza en la superficie entiendo, por fin, a Joan Mitchell.
Nacida en una familia pudiente de Chicago, Joan creció con la vergüenza de no ser el hijo que su padre deseaba. Criada en un ambiente exigente, compitió (y ganó) en múltiples disciplinas deportivas sin conseguir jamás el respeto y amor de su padre.
Ruda, masculina, violenta. Con un lenguaje agresivo listo para mantenerte a raya. Su coraza la protegía y la asfixiaba. Le impedía establecer lazos afectivos sin regarlos en alcohol. Ella creía que la ayudaba a borrar las limitaciones impuestas de su género.
Su talento artístico se impuso como un hecho inamovible en su vida. Antes incluso de graduarse en la escuela de artes, ganó una beca que usó pocos años después para viajar a Francia. Atraída por el romanticismo de la ciudad y el arte europeo, en 1948 descubrió una Francia post-guerra cruda y distinta a la de su imaginación.
Aún así, París fue siempre su segundo hogar: vivió allí más de 25 años. Nacida en Chicago, neoyorkina de adopción, y enamorada de París, vivió su vida a caballo entre dos continentes. En Francia, con la incomprensión más absoluta de su arte y el desprecio por ser americana. En Nueva York alejada de su pareja, aclamada por la crítica y adorada por sus amigos.
Pese a su éxito casi permanente, su vida estuvo marcada por múltiples relaciones tormentosas. Más vulnerable y sumisa de lo que siempre quiso ser, tropezó todo el tiempo con hombres que abusaron de su lealtad, la maltrataron y jamás fueron honestos con ella. La dependencia emocional de un hombre casado con el que mantuvo una relación de décadas le robó la oportunidad de tener esa hija con la que tanto soñó. Quizá hoy, hubiese buscado un donante de semen…
Joan encontró en una casita en el sur de Francia la soledad necesaria para crear. El espacio para ser ella misma. Y encontró en Gisèle Barreau la amistad y el apoyo que siempre necesitó. Su obra, enérgica, dura,… como su vida. Como ella. Como esa burbuja en la olla que pese a su fragilidad rompe con fuerza en la superficie arrasando con todo.
Estoy enfadada. Quizá ese segundo café, descafeinado, no lo era en realidad. Quizá es el cansancio del trabajo y el estrés. O quizá es ese bienintencionado post en Instagram sobre Dora Maar.
Dora Maar. La entrada en este blog que siempre tengo pendiente escribir. Esas maravillosas fotografías. Las múltiples horas de documentación. El podcast, el documental, los artículos de prensa… Pero quiero serle justa y el enfado aún no me lo permite.
Porque aún no supero ese doble rasero imperante. Me enfadan las mujeres que aún no ven (y quizá nunca vean) mientras ignoro con indulgencia a los hombres que ni tan solo intentan ver.
Y qué difícil hablar de ellas. De todas ellas. Las musas, las amantes. Las que creaban «poco» y a la sombra. Las venidas a menos. Qué complicado hablar de quiénes fueron, de cómo fueron, de qué crearon. Y no dejarse arrastrar por el torbellino de los genios masculinos en su vida.
No quiero hablar de si en la expresión de Susana (en Susana y los viejos) vemos el dolor de la violación de Gentileschi. No quiero hablar de la depresión de Maar y decir que se volvió loca de amor y de celos. Porque la depresión es una enfermedad seria, y grave. Y porque hablar de mal de amores en plena segunda guerra mundial y tras la muerte de su madre mientras hablaba con ella por teléfono me parece una burla. No quiero hablar de la mujer que llora.
«Que no se entiende Dora sin Picasso». Así con sus grados: ella el nombre de pila y él su apellido de prestigio. «Ni Picasso sin sus musas, claro». Claro. U oscuro. Porque construir la imagen de mujeriego, perdón enamorado del amor, engrandece la leyenda de él. Y en cambio, ¿qué sabemos de Dora sin Picasso?
Y es voz populi que ella abandonó la fotografía por él. No soportaba el gran genio que nadie le hiciese sombra. Pero contar que ella quiso desde el inicio pintar…. Que quiso dedicarse al «gran arte», pero que era un espacio reservado. Que la fotografía en cambio era el digno pasatiempo de una señorita de clase acomodada. Contar el machismo calando hondo en la estructura social de comienzos de siglo… eso mejor otro día.
Mejor hablemos de ese amor que nunca superó. «Después de Picasso, tan sólo Dios». Y comienzo a creer la gran sorna con que Maar dijo esas palabras. O quizá es sólo la imagen que quiero tener de ella. Quiero verla rebelarse al acoso mediático con afilado humor. Quiero creer que se aisló de la vida, sí, pero huyendo de ser la eterna musa, la amante dolida y perdida que todos veían en ella.
Quiero guardar en mi memoria tan sólo la mujer inteligente, creativa, brillante que fue. Quiero limitarme a ver sus miles de imágenes. Quiero sentirlas, un siglo después, contemporáneas. Quiero maravillarme con su luz, sus fotomontajes. Quiero oír la leyenda de la gran fotógrafa que, tan joven, viajó sola por media Europa. Quiero ver la denuncia social en sus fotografías callejeras. Su éxito en las imágenes comerciales. Quiero ver, tan solo a Maar.
La historia de Grace comienza como la de muchas otras mujeres en la época. Crece en un ambiente protegido, que potenciaba su imaginación y creatividad, la gran depresión le impide ir a la universidad y comienza a trabajar muy joven. Chica conoce chico, se casan y se mudan a California donde ella intenta ser actriz…. pero no le gusta y además se queda preñada. Un poco perdida, sin objetivo, su marido la anima a pintar. Y de repente la guerra.
Con un hijo pequeño, su marido en el frente y ella viviendo en casa de los suegros sin poder pintar, Grace, como muchos pintores de la época, comienza a trabajar como delineante. Allí, entre pintores, descubre la obra de Matisse y la escuela Isaac Lane Muse donde seguir su formación artística.
La guerra termina y su marido no regresa: ha conocido a una holandesa. Decidida a triunfar como pintora Grace se muda al centro artístico del país: Nueva York. Tres años despues, en 1948, descubre la obra de Jackson Pollock y queda maravillada. Su maestro y amante Ike Muse le prohíbe pasarse a la abstracción: tarjeta roja amigo, nadie le dice a Grace Hartigan qué debe o no debe hacer.
Su admiración por Pollock es tal que decide ir a su casa en Springs a conocerlo. Lo hace acompañada por su nuevo novio el pintor Harry Jackson, quien en un alarde de inseguridades le ruega que oculte que ella también es pintora: quiere ser él el centro de atención. Pero Lee Krasner los cala en el primer segundo y la atención recae sobre el trabajo de Hartigan. Animada por los Pollock conocerá a Bill de Kooning, quien será su maestro.
El año 1950 una obra de Grace es seleccionada para la exposición New Talent de la galería Kootz, la tarjeta de presentación de una nueva generación de expresionistas abstractos. Tan sólo 3 años después Hartigan se convierte en la primera artista de la segunda generación en tener una obra expuesta en un museo. Un año después colgó el cartel de Sold Out en su exposición en solitario en Tibor de Nagy: ese año ganó 5.500$ vendiendo su obra, cantidad nada despreciable si la comparamos con los los 7.000$ que ganó ese mismo año Bill de Kooning.
Tras conseguir el reconocimiento más absoluto con sus primeros trabajos abstractos, Grace decide volver a la figuración. Tomar el arte clásico como punto de partida y llevarlo a su terreno. Lo hará varias veces en su vida, siempre como fórmula de reencontrarse, reinventarse, ir más allá.
Su vida personal estuvo marcada por numerosos altibajos: siempre buscando el compañero ideal, que comprendiera y respetara su trabajo; tropezando múltiples veces con hombres que esperaban convertirla en la esposa tradicional que no era, hombres que le mentían ocultándole deudas o enfermedades; siempre dividida por el amor a su hijo y la culpa por apartarlo de su vida para poder pintar. A pesar de múltiples depresiones y varios intentos de suicidio, Grace siempre renacía renovada y lista para plasmar cuanto sentía en un lienzo.
Su vida profesional, en cambio, fue un ascenso constante. Aclamada por la crítica, adorada por la prensa. Su obra se internacionalizó, en parte gracias al trabajo de su amigo Frank O’Hara (un incondicional, muchos dirían que su alma gemela). Se convirtió en la directora de la escuela de pintura Hoffberger de la universidad de Maryland, donde trabajó hasta su muerte en 2008.