(Exposición) Des/orden moral.

El domingo pasado visité la exposición des/orden moral con una amiga. Ella es una de esas personas capaz de convertir un triste domingo en el mejor día de la semana, así que cuando me dijo de ir a verla, sin saber de qué me estaba hablando, me apunté.

Una vez allí, vagamos un poco desubicadas por el IVAM hasta que encontramos la exposición que habíamos ido a ver. Nada más cruzar la puerta tintada supe que aquello me iba a gustar. Paseábamos sin prisa entre familias, parejas y grupos de amigos que cuchicheaban y se reían. Domingo por la mañana. El museo a rebosar. Y de repente me giré y lo vi. Allí estaba. En silencio. Sin llamar la atención. Incluso mal iluminado. Un maravilloso cuadro de Tamara de Lempicka.

Perspective, Tamara de Lempicka (1933).

Traté de contener mi emoción y no salirme del circuito: lo peor que puedes hacer en época COVID. Tamara me había alertado y empecé a prestar atención. A leer las cartelas. Y buscando… encontré. Maruja Mallo, Romaine Brooks, Gerda Wegener, Vanessa Bell… aquella exposición me estaba encantando, pero descubrir aquellos impresionantes cuadros pintados por mujeres supuso una revelación: debía volver. Sola. Sin familias, sin parejas. Sin esa multitud que te apremiaba a seguir caminando.

Ernesto de Fiori, 1914
El montaje

El circuito COVID parece romper un poco la coherencia de la exposición, dividiendo salas, cortando la narrativa de forma muy poco natural. Las dichosas cortinas naranjas que impiden que te salgas del redil son como una vieja moqueta: producen calidez y repugnancia. Incomodidad e intimidad a partes iguales.

La exposición des/orden moral tiene un tema claro: la sexualidad en el período europeo entreguerras. El sexo como reflejo de lo humano, de la búsqueda de libertad, del arte. Una exposición que rompe una lanza por el love is love. Piel es piel. Una exposición llena de brillos, matices, detalles curiosos, sueños y sensualidad.

Obras de Mariette Lydis y Gerta Wegener
Detalles de obras «El mediodía» y «Mar en reposo» de Néstor Martín-Fernández de la Torre.

Os diré que volví. Sola. El miércoles por la mañana. Y no me quise ir: la vi dos veces seguidas y salí con miles de fotos en la retina (y en mi móvil) y una sonrisa bajo la mascarilla. Las entradas del IVAM son gratuitas hasta fin de año. ¿A qué esperáis?

Zinaida Serebriakova.

Cuando decidí escribir sobre Zinaida Serebriakova estuve un tiempo pensando acerca del desnudo. De los desnudos sexualizados para uso y disfrute de algunos hombres. Y de cómo las mujeres desnudas de Serebriakova parecen evitar esta cosificación. Comparé, como muchos antes que yo, la Sauna de la artista con el Baño turco de Ingrés.

Y aunque las diferencias son evidentes (las mujeres de Ingres son casi una parodia de si mismas), no era esto lo que me atraía de ella.

De Zinaida adoro el brillo, la vitalidad. Sus cuadros son como pequeños frascos de esencia, puros. Y aunque algunos dirán que tan sólo es una característica más del estilo que domina su obra, la realidad es que Serebriakova sobresalía.

Nació en 1884 en la Rusia que hoy llamamos Polonia. Con una madre dibujante, un padre escultor y un abuelo arquitecto, Zinaida se crio en un ambiente que le permitió desarrollar desde pequeña todo su potencial artístico. Y pese a que Serebriakova respiraba arte en cada bocanada de aire, muchos aseguran que su mayor influencia fue su tío materno: Alexandre Benois.

Benois fue uno de los fundadores de la revista (y movimiento artístico) Mir Iskustva en 1898 (que, para aquellos que no hablamos ruso fluido, significa «Mundo del Arte»). Cansados de la rigidez del idealismo clásico que imponía la Academia de San Petersburgo (héroes y mitología griega a tutiplén) los rusos buscaron una nueva forma de arte. Un arte ruso. Un arte para el pueblo. Un arte que respirara la realidad social y política rusa. Que bebiera de sus paisajes y convirtiera cualquier escena íntima en imagen y modelo de la vida rusa. Y en este espíritu trasformador enmarcamos también la obra de Serebriakova. Este movimiento, encarnado en la revista Mir Iskustva, unió bajo sus alas a pintores, ilustradores, diseñadores escénicos, restauradores… Toda una renovación artística y social que culminaría en la revolución de octubre (1917).

En esta revolución la vida de Zinaida dio un vuelco. Su esposo murió estando encarcelado y dejándola sin sustento, 4 hijos y una madre enferma. Pero el arte de Zinaida era valioso. Y ella lo sabía. Cuando lo fácil hubiese sido buscar un trabajo «más convencional», ella siguió pintando. Cambió sus materiales (a más económicos) pero no su calidad. En 1924 fue invitada a París a realizar un gran mural. Siendo el único sustento familiar, dejó a sus hijos atrás y marchó a París.

Y tardó 36 años en volver. 36 años sin reencontrarse con su hija mayor, Tatiana. 36 años tuvo la entrada prohibida al país. Pero ella, siguió pintando. En 1966, un año antes de su muerte, su obra fue por fin reconocida en Rusia con una gran retrospectiva en Moscú. Un año después Zinaida Serebriakova murió en París. Una mujer que convirtió en belleza todo cuanto tocó.

Toyin Ojih Odutola.

Como leer La historia interminable a la luz de la linterna bajo una sábana. La lluvia que golpea con fuerza el cristal en un masaje relajante que acaba en un estallido luminoso. El crepitar de una chimenea de leña. Los primeros buñuelos con chocolate de la temporada. El hormigueo en las mejillas tras una larga carcajada. El olor a libro nuevo. Como ese libro que se adueña de tu tiempo y espacio y te lleva lejos… a mundos nuevos. Así fue descubrir a Toyin Ojih Odutola.

Iba en el metro de camino al trabajo escuchando uno de mis podcasts favoritos The great women artists cuando googleé su nombre. Su obra me maravilló en cuanto comenzaron a cargarse las imágenes ante mis ojos. Fue amor a primera vista pero mi fascinación fue creciendo conforme fui encontrando información sobre ella.

Toyin Ojih Odutola añadió el Ojih, el apellido de su madre, a su nombre en 2015. Procedente de Nigeria emigró a Berkeley (California) cuando solo tenia 5 años. Aterrizó en California sin saber ni una sola palabra de inglés, y cuatro años después se mudó a Alabama donde rápidamente aprendió la compleja realidad del racismo. La importancia de ser negra. Africana para más señas.

Comenzó a dibujar como forma de evasión y poco a poco se construyó un espacio y un nombre. Ha recibido múltiples premios, incluso apareció en la revista Forbes como una de las personas más influyentes de menos de 30 años.

Pero lo que más me fascina de su obra es su forma de crear. Su forma de construir historias. Escribirlas y luego plasmarlas sobre el papel. Su capacidad narrativa me recuerda a Úrsula K. Le Guin: ambas crean imágenes potentes que nos ayudan a cuestionarnos la realidad y transformar el mundo a nuestro antojo. ¿Imaginas un África de-colonial? ¿Imaginas una antigua civilización en Nigeria central donde las mujeres gobernaran sobre una población de hombres-humanoides? De colores vibrantes a todo al negro. Coge aire y deja volar la imaginación. Toyin Ojih Odutola.


Enlaces de interés:

Galería Jack Shainman
Entrevista Vogue 2018
Entrevista The Guardian 2020

Joan Mitchell.

El agua comienza hervir. Y en la pequeña burbuja que desde las profundidades de la olla, crece y rompe con fuerza en la superficie entiendo, por fin, a Joan Mitchell.

Nacida en una familia pudiente de Chicago, Joan creció con la vergüenza de no ser el hijo que su padre deseaba. Criada en un ambiente exigente, compitió (y ganó) en múltiples disciplinas deportivas sin conseguir jamás el respeto y amor de su padre.

Ruda, masculina, violenta. Con un lenguaje agresivo listo para mantenerte a raya. Su coraza la protegía y la asfixiaba. Le impedía establecer lazos afectivos sin regarlos en alcohol. Ella creía que la ayudaba a borrar las limitaciones impuestas de su género.

Su talento artístico se impuso como un hecho inamovible en su vida. Antes incluso de graduarse en la escuela de artes, ganó una beca que usó pocos años después para viajar a Francia. Atraída por el romanticismo de la ciudad y el arte europeo, en 1948 descubrió una Francia post-guerra cruda y distinta a la de su imaginación.

Aún así, París fue siempre su segundo hogar: vivió allí más de 25 años. Nacida en Chicago, neoyorkina de adopción, y enamorada de París, vivió su vida a caballo entre dos continentes. En Francia, con la incomprensión más absoluta de su arte y el desprecio por ser americana. En Nueva York alejada de su pareja, aclamada por la crítica y adorada por sus amigos.

Pese a su éxito casi permanente, su vida estuvo marcada por múltiples relaciones tormentosas. Más vulnerable y sumisa de lo que siempre quiso ser, tropezó todo el tiempo con hombres que abusaron de su lealtad, la maltrataron y jamás fueron honestos con ella. La dependencia emocional de un hombre casado con el que mantuvo una relación de décadas le robó la oportunidad de tener esa hija con la que tanto soñó. Quizá hoy, hubiese buscado un donante de semen…

Joan encontró en una casita en el sur de Francia la soledad necesaria para crear. El espacio para ser ella misma. Y encontró en Gisèle Barreau la amistad y el apoyo que siempre necesitó. Su obra, enérgica, dura,… como su vida. Como ella. Como esa burbuja en la olla que pese a su fragilidad rompe con fuerza en la superficie arrasando con todo.

El insomnio y Dora Maar.

Estoy enfadada. Quizá ese segundo café, descafeinado, no lo era en realidad. Quizá es el cansancio del trabajo y el estrés. O quizá es ese bienintencionado post en Instagram sobre Dora Maar.

Dora Maar. La entrada en este blog que siempre tengo pendiente escribir. Esas maravillosas fotografías. Las múltiples horas de documentación. El podcast, el documental, los artículos de prensa… Pero quiero serle justa y el enfado aún no me lo permite.

Porque aún no supero ese doble rasero imperante. Me enfadan las mujeres que aún no ven (y quizá nunca vean) mientras ignoro con indulgencia a los hombres que ni tan solo intentan ver.

Y qué difícil hablar de ellas. De todas ellas. Las musas, las amantes. Las que creaban «poco» y a la sombra. Las venidas a menos. Qué complicado hablar de quiénes fueron, de cómo fueron, de qué crearon. Y no dejarse arrastrar por el torbellino de los genios masculinos en su vida.

No quiero hablar de si en la expresión de Susana (en Susana y los viejos) vemos el dolor de la violación de Gentileschi. No quiero hablar de la depresión de Maar y decir que se volvió loca de amor y de celos. Porque la depresión es una enfermedad seria, y grave. Y porque hablar de mal de amores en plena segunda guerra mundial y tras la muerte de su madre mientras hablaba con ella por teléfono me parece una burla. No quiero hablar de la mujer que llora.

«Que no se entiende Dora sin Picasso». Así con sus grados: ella el nombre de pila y él su apellido de prestigio. «Ni Picasso sin sus musas, claro». Claro. U oscuro. Porque construir la imagen de mujeriego, perdón enamorado del amor, engrandece la leyenda de él. Y en cambio, ¿qué sabemos de Dora sin Picasso?

Y es voz populi que ella abandonó la fotografía por él. No soportaba el gran genio que nadie le hiciese sombra. Pero contar que ella quiso desde el inicio pintar…. Que quiso dedicarse al «gran arte», pero que era un espacio reservado. Que la fotografía en cambio era el digno pasatiempo de una señorita de clase acomodada. Contar el machismo calando hondo en la estructura social de comienzos de siglo… eso mejor otro día.

Mejor hablemos de ese amor que nunca superó. «Después de Picasso, tan sólo Dios». Y comienzo a creer la gran sorna con que Maar dijo esas palabras. O quizá es sólo la imagen que quiero tener de ella. Quiero verla rebelarse al acoso mediático con afilado humor. Quiero creer que se aisló de la vida, sí, pero huyendo de ser la eterna musa, la amante dolida y perdida que todos veían en ella.

Quiero guardar en mi memoria tan sólo la mujer inteligente, creativa, brillante que fue. Quiero limitarme a ver sus miles de imágenes. Quiero sentirlas, un siglo después, contemporáneas. Quiero maravillarme con su luz, sus fotomontajes. Quiero oír la leyenda de la gran fotógrafa que, tan joven, viajó sola por media Europa. Quiero ver la denuncia social en sus fotografías callejeras. Su éxito en las imágenes comerciales. Quiero ver, tan solo a Maar.


Algunos recursos:

Grace Hartigan.

La historia de Grace comienza como la de muchas otras mujeres en la época. Crece en un ambiente protegido, que potenciaba su imaginación y creatividad, la gran depresión le impide ir a la universidad y comienza a trabajar muy joven. Chica conoce chico, se casan y se mudan a California donde ella intenta ser actriz…. pero no le gusta y además se queda preñada. Un poco perdida, sin objetivo, su marido la anima a pintar. Y de repente la guerra.

Con un hijo pequeño, su marido en el frente y ella viviendo en casa de los suegros sin poder pintar, Grace, como muchos pintores de la época, comienza a trabajar como delineante. Allí, entre pintores, descubre la obra de Matisse y la escuela Isaac Lane Muse donde seguir su formación artística.

La guerra termina y su marido no regresa: ha conocido a una holandesa. Decidida a triunfar como pintora Grace se muda al centro artístico del país: Nueva York. Tres años despues, en 1948, descubre la obra de Jackson Pollock y queda maravillada. Su maestro y amante Ike Muse le prohíbe pasarse a la abstracción: tarjeta roja amigo, nadie le dice a Grace Hartigan qué debe o no debe hacer.

Su admiración por Pollock es tal que decide ir a su casa en Springs a conocerlo. Lo hace acompañada por su nuevo novio el pintor Harry Jackson, quien en un alarde de inseguridades le ruega que oculte que ella también es pintora: quiere ser él el centro de atención. Pero Lee Krasner los cala en el primer segundo y la atención recae sobre el trabajo de Hartigan. Animada por los Pollock conocerá a Bill de Kooning, quien será su maestro.

El año 1950 una obra de Grace es seleccionada para la exposición New Talent de la galería Kootz, la tarjeta de presentación de una nueva generación de expresionistas abstractos. Tan sólo 3 años después Hartigan se convierte en la primera artista de la segunda generación en tener una obra expuesta en un museo. Un año después colgó el cartel de Sold Out en su exposición en solitario en Tibor de Nagy: ese año ganó 5.500$ vendiendo su obra, cantidad nada despreciable si la comparamos con los los 7.000$ que ganó ese mismo año Bill de Kooning.

Tras conseguir el reconocimiento más absoluto con sus primeros trabajos abstractos, Grace decide volver a la figuración. Tomar el arte clásico como punto de partida y llevarlo a su terreno. Lo hará varias veces en su vida, siempre como fórmula de reencontrarse, reinventarse, ir más allá.

Su vida personal estuvo marcada por numerosos altibajos: siempre buscando el compañero ideal, que comprendiera y respetara su trabajo; tropezando múltiples veces con hombres que esperaban convertirla en la esposa tradicional que no era, hombres que le mentían ocultándole deudas o enfermedades; siempre dividida por el amor a su hijo y la culpa por apartarlo de su vida para poder pintar. A pesar de múltiples depresiones y varios intentos de suicidio, Grace siempre renacía renovada y lista para plasmar cuanto sentía en un lienzo.

Su vida profesional, en cambio, fue un ascenso constante. Aclamada por la crítica, adorada por la prensa. Su obra se internacionalizó, en parte gracias al trabajo de su amigo Frank O’Hara (un incondicional, muchos dirían que su alma gemela). Se convirtió en la directora de la escuela de pintura Hoffberger de la universidad de Maryland, donde trabajó hasta su muerte en 2008.

Helen Frankenthaler.

Expresionista abstracta de segunda generación. De aquella segunda generación que hizo suya la abstracción pura de la primera y no dudó en romper normas y llevar sus pinturas un paso más allá. Pionera del color field, expandió sus límites poniendo los cimientos del género tal y como lo conocemos hoy día. Pero no sólo revolucionó el color field, en los años 70, sus xilografías hiceron lo mismo en el ámbito del grabado. Fue, además, profesora en Yale, Columbia y Princeton. Y la segunda mujer a la que el MoMA le dedicó una retrospectiva.

Helen Frankenthaler nació en Nueva York el año 1928. Creció en una familia burguesa en la que su padre, juez del tribunal supremo de Nueva York, la adoraba y apoyaba en todo cuanto hacía. Fue este amor incondicional lo que la convirtió en la persona que fue: alguien completamente segura de sí misma.

La felicidad no duró mucho. Cuando apenas tenía 12 años su padre falleció. Los siguientes años de su vida estuvieron marcados por fuertes migrañas y una profunda apatía que tomó forma de fracaso escolar. Su madre, de origen judío, se centró en ayudar a escapar de la Alemania nazi a algunos de sus familiares y no fue consciente de la profunda depresión en la que la niña se encontraba. Cuando por fin se dio cuenta de que algo no marchaba bien, decidió cambiarla de colegio. Gracias a ello, Helen conoció al muralista Rufino Tamayo, y su pasión por el arte y confianza en ella la sacaron del estado en que se encontraba.

Alentada por Tamayo decidió a formarse en arte, por lo que al terminar la escolarización se matriculó en Bennington Collage. Allí, en su último año de formación, abandonó la idea de convertirse en crítica de arte y decidió dedicarse a la pintura. Alquiló un piso en Nueva York junto con una compañera de Bennington y se matriculó en Historia del Arte en la Universidad de Columbia. Pero no llegó a comenzar los estudios. Si quería ser pintora, debía pintar. Y ya no dejaría de hacerlo en los siguientes 60 años.

En mayo de ese mismo año (1950) le encargaron organizar una exposición de obras creadas por alumnas del Bennington Collage, en la que se expuso una de sus obras. Durante la inauguración conoció a Clem Greenberg, crítico de arte y figura central en el mundo del arte, quien sería su pareja sentimental los siguientes 5 años. Tan solo 6 meses después de comenzar su carrera profesional y mudarse a Nueva York, Sam Kootz le pediría que participara en la exposición Unrecognized Talent. Acababa de empezar, pero su trabajo ya era reconocido.

De su relación con Clem Greenberg se ha hablado mucho. Es frecuente oír cómo algunos consideran que Helen se aprovechó de la figura de Greenberg para introducirse en el mundo del arte. Sin duda olvidan que él nunca escribió nada acerca de ella ni de su obra y que eso supuso que su papel como pionera del color field se borrara con el tiempo. También olvidan, convenientemente, que Greenberg dificultó su incorporación a la galería del momento, Tibor de Nagy, con el pretexto de que aun no estaba preparada para exponer su obra.

A pesar de la resistencia del crítico, John Myers, co-propietario de Tibor de Nagy, decidió visitar el estudio de Frankenthaler e incluirla en la «plantilla» de la galería. El año 1951, gracias a la confianza de Myers, Helen expondría en solitario por primera vez. La exposición fue un éxito rotundo, a pesar del venenoso discurso de su novio en su inauguración con perlas como «las mujeres jamás serán grandes artistas». En una época en la que parecía imposible obtener reconocimiento sin el apoyo de Clem Greenberg, y su apoyo a una mujer era impensable, Frankenthaler se labraba una reputación a base de trabajo y talento.

En 1952 Helen rompería las reglas del expresionismo abstracto, rompería con sus limitaciones y se convertiría en precursora del field painting. Pero.. ¿por qué decimos que fue precursora del field painting? Es por su obra Montains and sea. En ella tiñe el lienzo sin imprimación con finas capas de pintura. Pintado en el suelo, al estilo de Pollock, demostró que se podía ir más allá del goteo de pintura de este. Al igual que Pollock no fue el primero en gotear pintura en un cuadro, Frankenthaler no fue la primera en teñir el lienzo sin imprimar; pero sí la primera en crear imágenes potentes, magnéticas, con esta técnica.

 Mountains and Sea. National Gallery of Art, Washington. Helen Frankenthaler Foundation

La creación de un nuevo estilo interesó inmensamente a Clem, quien sin el permiso de Helen, mostró las obras de ella a un grupo de estudiantes de arte. Estos estudiantes se convertirían en poco tiempo en la llamada escuela del field painting de la que Greenberg sería defensor y publicista. Olvidando convenientemente toda mención a Frankenthaler.

A lo largo de su vida Helen expuso en Nueva York, Toronto, Los Ángeles, Detroit, Londres, Berlín… Representó a estados unidos en la bienal de Venecia de 1966, dio clases en prestigiosas universidades: Yale, Columbia, Hunter College, Princeton… Pero no consiguió liberarse nunca de la crítica amarillista. Su vida personal siempre parecía ser más importante que su trabajo.

Sus constantes éxitos se vieron empañados por estúpidas disputas. Si se vió incluenciada o no por su marido, Robert Motherwell. Si su obra se había vuelto demasiado comercial porqué era una de los pocos artistas que conseguían vender su obra. Si tenía demasiada vida social o si se mostraba fría en sus eventos profesionales. Si se había convertido en una mujer arrogante de la alta burguesía al casarse con un banquero…

Helen Frankenthaler falleció en diciembre del año 2011. 60 años de trabajo sin descanso ponen de manifiesto en un sinfín de obras la gran artista que fue.


Foto de portada de Gordon Parks ©, 1956.

Elaine de Kooning.

Elaine fue una mujer libre cuya personalidad arrolladora la convertía sin esfuerzo en el centro de atención allá donde iba. Artista, profesora en múltiples universidades, organizadora de múltiples protestas (contra la pena de muerte, por los derechos civiles, feminista…), retratista de Kennedy, crítica de arte… Trabajadora incansable, sobresalía en todo cuanto hacía. Fue también el espejo en que se miraron las mujeres de la siguiente generación del expresionismo abstracto.

Sentada en el metro, con sus gruesos manuales de universidad sobre las rodillas. Así es como la imaginamos en su juventud. Pero Elaine había abandonado la universidad. Decidida a ser pintora, viajaba en metro de casa a la Leonardo Art School. En cambio, su curiosidad insaciable le impedía abandonar aquellos libros.

Desde muy pequeña su madre le había impuesto una educación muy estricta. Elegía minuciosamente sus lecturas y la llevaba a museos donde copiar obras clásicas. La pequeña Elaine creció creyendo que las mujeres podían llegar tan alto como los hombres. Su madre, ante todo, quiso enseñarla a ser libre.

Pero la libertad es un jarabe amargo. Elaine y sus hermanos lo descubrieron cuando, denunciada por sus vecinos, la madre fue internada en un psiquiátrico. Desatender las tareas propias de tu sexo tiene un precio, en los años 20 era el manicomio.

Y Elaine aprendió la lección. Decidió ser libre y jamás dejarse atrapar. A partir de este momento vivió su vida según sus propias normas.

Tras terminar su aprendizaje en arte clásico comenzó su formación real-socialista en la American Art School, asociada al partido comunista. En esta época conoció a su inseparable amiga Ernie y poco tiempo después al que se convertiría en su marido, Bill de Kooning.

De Bill recibió clases de pintura que la introdujeron en la abstracción. Enamorado de ella, Bill la presentó a sus amigos. Junto a Gorky (amigo inseparable de él), pasearon incontables museos descubriéndole a la joven Elaine que no había que estar muerto para exponer en uno de ellos. En 1939 cuando ella alcanzó la mayoría de edad (21 años) abandonó el tranquilo hogar familiar en las afueras para vivir en Chelsea con Bill.

Chelsea la enseñó a vivir sin roles por lo que no es de extrañar que ni siquiera tras casarse con Bill el año 1943 aprendiese a cocinar: no estaba entre sus prioridades. No se dejó absorber por «la vida de casada». Extrovertida como era siguió haciendo nuevos amigos, cultivando nuevas pasiones y construyendo una vida al margen de Bill. Una de estas relaciones fue con Edwin Denby, crítico del Herald Tribune, quien la llevaba al ballet siempre que le sobraba una entrada.

Edwin la enseñó a escribir y desarrollar su propia voz. Gracias al aprendizaje que hizo con él, pocos años después comenzaría a trabajar como crítica de arte para Tom Hess en ARTnews. Quién mejor que una pintora para explicar qué era el expresionismo abstracto. Visitó innumerables talleres de artistas, y llegó a convertirse en una figura central del mundo del arte. Sin su trabajo, jamás se hubiese popularizado la llamada «escuela de Nueva York».

Las convenciones sociales y los chismorreos no la detuvieron cuando decidió centrar su trabajo en el retrato de hombres. Tampoco cuando antepuso su carrera a la maternidad y decidió abortar. Bill fue siempre su familia, su refugio, su apoyo incondicional. Pero amantes… amantes tuvo cuantos quiso, sin que ninguno de los dos se planteara nunca disolver su matrimonio. En cambio, el alcoholismo de Bill sí los distanció, y supuso para Elaine una señal de que debía centrarse en su trabajo, etapa que culminó con su primera exposición en solitario el año 1954 en la Stable Gallery.

Además de por sus enérgicos retratos, Elaine es conocida por su serie de abstracciones a partir de imágenes deportivas y por sus coloridos cuadros acerca de las corridas de toros que presenció en México.

El encargo más importante de su carrera llegó sin duda cuando le fue requerido retratar a Kennedy, que fue asesinado mientras ella trabajaba en su cuadro. La muerte de JFK conmocionó a Elaine.

Estuvo un año sin pintar y empezó a consumir alcohol de forma preocupante. Pero su hermana la hizo reaccionar antes de que el problema llegase a mayores. Elaine renació de sus cenizas con un nuevo proyecto: ayudar a Bill a superar su alcoholismo. Después de muchos años distanciados, enfrentaron el final de sus vidas juntos (y sobrios). Elaine falleció de cáncer de pulmón a los 70 años, dejando atrás un Bill vacío de recuerdos y un legado imborrable.

Lee Krasner.

Ojeo el catálogo de la exposición «Lee Krasner. Color vivo». En muy pocas horas he cambiado el magnetismo de las obras que te atrapan en la proximidad, por el delicioso olor a libro nuevo. Si cierro los ojos aún me veo en la sala (quizá demasiado oscura) del Guggenheim, con todas mis altas expectativas superadas, feliz. No me quise ir. Recorrí la exposición entera un par de veces. Me hubiera quedado a vivir.

Another Storm, 1963

Lee Krasner nació en Brooklyn el año 1908. Procedente de una familia de judíos emigrantes rusos, tuvo claro desde niña que quería ser pintora. Recibió una formación artística excepcional para la época: fue al único instituto de mujeres con un programa artístico, a la escuela de arte para mujeres Cooper Union, a la National Academy of Design y finalmente (en el año 1937) estudiaría con Hans Hoffman.

Fue una mujer decidida, enérgica, implicada políticamente que vivió, durante su juventud, un momento histórico esperanzador. En 1920 se otorgó el derecho a voto a las mujeres en EE.UU. En 1929 se inauguró el MoMA, que puso a su alcance obras del mejor arte moderno: Picasso, Matisse, Cézanne, Rodin… En 1935 para combatir los efectos devastadores de la Gran Depresión tras el crash de Wall Street (1929), se creó el Federal Art Project, un proyecto con el que el gobierno encargaba trabajos a los artistas (elaborar murales, ilustrar fósiles,…) facilitándoles así la subsistencia.

El Federal Art Project trajo consigo dos maravillosas revelaciones: por un lado, supuso que los artistas tomaran consciencia de ser una comunidad; por otro, demostraba la validez de las mujeres como artistas profesionales, puesto que una quinta parte de ellos eran mujeres que además recibían el mismo sueldo.

Por su parte, Lee trabajó como camarera en el John Reed Club (punto de reunión de los intelectuales asociados al partido comunista) donde conoció a artistas tan importantes como Gorky, de Kooning o John Graham. Su personalidad resolutiva y decidida la llevó a participar activamente en la estructura del partido, del cual se desligó lentamente a final de los años 30.

Su ruptura con el partido se debió a las directrices real-socialistas que este tomó: los cuadros no eran sino medios para la crítica social, mientras que Lee prefería manifestar en ellos sus propias inquietudes. Su formación en cubismo/abstracción en la escuela Hans Hoffman sin duda tuvo mucho que ver con ello, ya que para ella supuso el punto de partida en la búsqueda de un estilo propio.

La guerra civil española en los periódicos, el bombardeo de Guernica (1937), ataques a la comunidad judía en Alemania que ya hacían sospechar que algo no iba bien, la Kristallnacht (1938)… el debate sobre cuál es el papel de un artista durante la guerra no hacía más que empezar. Pronto, tras el ataque a Pearl Harbor (diciembre, 1941) muchos artistas se alistarían en el ejercito mientras que otros a través de la cultura, tratarían de demostrar que la humanidad no estaba perdida.

La primera exposición profesional de Krasner sería un acto de protesta: Pink-slips over culture. Los pink-slips eran unos papeles rosa que indicaban que el despido de un trabajo. Con esta exposición los artistas protestaban ante la amenaza del cierre del Federal Art Project.

En noviembre de 1941 John Graham invitó a Lee a participar en la exposición «French and American Painting», cuyo objetivo era unir el gran arte europeo (Braque, Picasso, Derain…) y el novedoso arte americano (Pollock, de Kooning y Krasner, pioneros del expresionismo abstracto). Krasner, que controlaba todo el panorama artístico y de quien muchos afirmaban tenía el «mejor ojo» del momento, no conocía a Pollock, quien era un gran desconocido (y completamente asocial) en el momento.

Pero esta situación no duró mucho tiempo. Krasner visitó el estudio del que sería su marido, vio su trabajo y supo que estaba ante algo excepcional. A partir de ese momento convertir a Pollock en alguien conocido se volvería una de sus prioridades. También sería el comienzo de una relación de admiración y adoración mutua por desgracia cimentada en las inseguridades, el machismo y el abuso destructivo del alcohol de él.

Los años de la guerra fueron complicados para Lee. La muerte de su padre, de Piet Mondrian (gran amigo y admirador de su obra), la boda con Pollock (y su primera crisis matrimonial después de que él descubriera que ella no quería ser madre), la mudanza a Springs en busca de paz (y aislamiento social tratando de evitar las temibles borracheras de Pollock), … Todo ello bien adrezado con penurias económicas llevaron a Krasner a un bloqueo artístico del que saldría realizando mosaicos y pinturas inspiradas en jeroglíficos. Así serían sus siguientes años de matrimonio: épocas duras que la bloquearían artísticamente de las que renacería reinventándose una y otra vez.

La turbulenta relación con Pollock terminó en 1956 cuando este falleció en un accidente de tráfico (conducía borracho con su amante y una amiga de esta que también falleció). Enérgica y decidida como siempre había sido, tomo el estudio de Pollock como propio y trabajó sin descanso el resto de su vida. El éxito le llegó, sin duda, aunque quizá tarde y más descafeinado de lo que merecía: el expresionismo abstracto estaba «a la baja» y el papel de las mujeres en el arte mucho más.

Lee Krasner falleció el 19 de junio de 1984, tan sólo 6 meses antes de que se estrenase su retrospectiva en el MoMA.

Ninth street women.

«Cuando comencé a leer este libro, tan sólo me sonaba el nombre de Lee Krasner. No sabría decir con exactitud cómo ese nombre llegó a mí. Conocía a Pollock desde hacía poco: acababa de leer «¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno» de Gompertz. Y es cierto que Gompertz dice literalmente «…junto a su esposa la también artista Lee Krasner» pero como podéis imaginar, aquella frase resbaló por mi memoria y acabó en la basura. «

Ninth Street Women: Lee Krasner, Elaine de Kooning, Grace Hartigan, Joan Mitchell, and Helen Frankenthaler: Five Painters and the Movement That Changed Modern Art.

Cuando comencé a leer este libro, tan sólo me sonaba el nombre de Lee Krasner. No sabría decir con exactitud cómo ese nombre llegó a mí. Conocía a Pollock desde hacía poco: acababa de leer «¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno» de Gompertz. Y es cierto que Gompertz dice literalmente «…junto a su esposa la también artista Lee Krasner» pero como podéis imaginar, aquella frase resbaló por mi memoria y acabó en la basura.

Es un libro largo. 700 páginas de historia acompañadas de otras doscientas de bibliografía, fotos, etc. Como si de una tesis doctoral se tratara todo está bien referenciado y respaldado con datos: nada queda a la imaginación o la literatura. Pero al mismo tiempo es fluido, ligero, emocionante. Una reconstrucción perfecta con el mejor dolby surround.

Mary Gabriel no ha separado la nata del bizcocho. Mary Gabriel ha cogido el trozo entero del pastel. No habla de 5 mujeres del expresionismo abstracto, reescribe LA historia. Porque es imposible hablar de Pollock sin entender a Krasner. Igual de imposible que entenderlos a todos sin comprender el momento histórico y social.

Este libro nos presenta mujeres brillantes, jóvenes, que marcan una época y definen los términos en que quieren vivir su vida. Beben, fuman, pasan del momento ausonia (véase «fina y ligera»), se acuestan con quien quieren y sobre todo pintan. Pintan sin descanso. Rompen los esquemas y redefinen los estilos.

Pero también son de carne y hueso. Sufren. Se enamoran. Caen en relaciones tóxicas que las consumen. Y, pese a su absoluta libertad y fuerza, viven momentos en que inevitablemente su género las define. Deben afrontar la maternidad o la ausencia de ella. Las expectativas de aquellos que esperan que sean esposas convencionales. La responsabilidad de los cuidados de padres, hijos o maridos enfermos.

Son mujeres. Y no tienen la tarjeta del Monopoly «Quedas libre de la cárcel». El mundo no se rinde a los pies del «gran artista». Son mujeres… Y aún así no se doblegan. Ante el silencio de la crítica. Los chismorreos sobre su vida. El hambre o la falta de reconocimiento. Siguen pintando. Porque esa es su misión. Y su legado.

Un imprescindible. Debería haber un libro como este de cada pequeño periodo de la historia. Un libro del que empaparse. De los que al terminar quieres volver a leer. También el punto de partida para los próximos posts de este blog: muchas grandes mujeres que conocer… ¿os las vais a perder?