Camille Claudel.

Conocía poco la historia de amor entre Camille Claudel y Auguste Rodin, pero si debo hablar de Camille Claudel, la suya…. la suya no es una historia de amor, sino de polvo y frío. La historia de Camille es una historia como la de muchas otras: de críticas feroces, de cómo familia y amigos le dan la espalda a una mujer independiente por su rebeldía, por su tesón, por su talento… por no ser la mujer que todos esperan de ella.

Paso las hojas llenas de polvo y me doy cuenta de que aún no estoy preparada para despedirme de este libro. No lo he leído. No he tenido tiempo. Pero su objetivo, familiarizarme con la obra de Claudel, lo ha cumplido con creces. Su biografía, en cambio, sí la devoré y espera el momento de ser devuelta a la biblioteca reposando en mi mesita desde hace días. Hago fotos del catálogo como tratando de retenerlo cerca. Fijarlo en la retina. No olvidarlo. El polvo del libro me transporta a su pelo encanecido por el yeso.

Claudel fue una niña cubierta de barro: barro en sus zapatos de correr monte arriba y barro en sus manos de modelar hasta la caída del sol. Niña de convicciones férreas transportaba sacos de tierra a escondidas de su madre desde la casa familiar en el pueblo al piso en una pequeña ciudad.

Camille tuvo en su padre el gran apoyo de su infancia. Ese padre que la invitó a soñar, a volar, a dejar libre su creatividad, ese padre que dio todo porque ella triunfase, porque llegase a ser la gran escultora que fue. En su hermano encontró ese gran compañero de batalla, siempre en eterna guerra, siempre dispuestos a guerrear entre ellos y juntos contra todo y todos. Para su madre fue siempre aquella mancha. El vestido polvoriento y dañado. Para su hermana, aquella mujer de la que avergonzarse. El manchurrón en el historial familiar.

La familia se trasladó a París, donde Camille comenzó a estudiar escultura y pronto fue acogida bajo las alas del escultor Auguste Rodin. Pronto se distanció de sus compañeras, para las que la escultura era tan sólo un pasatiempo, estando más interesadas en la vida en sociedad que en el barro y el yeso. En el taller de Rodin se sumergió en un mundo de hombres, la única escultora entre testosterona, polvo y mujeres desnudas. Blanco de burlas, una vez más, ella tan sólo siguió esculpiendo.

Rodin vio en Claudel la gran artista que podría superarlo. Y siempre temió quedar ensombrecido. Atraído por aquella mente, la única capaz de seguirle el ritmo, de entenderlo, de sacarlo de sus bloqueos creativos se convirtieron en amantes. Pero fueron siempre, ante todo, compañeros de trabajo.

La conexión entre ellos fue imposible de disimular y pronto la madre de Claudel no pudo soportar más su vida de libertad y libertinaje. Enfurecida por aquella hija que no traía sino rumores y desgracias a la familia, la echó de casa con cajas destempladas. Camille se refugió en la escultura. Pasó las noches esculpiendo en una vieja casa cochambrosa que Rodin alquiló para ella.

Como cualquier triángulo amoroso, aquella relación se convirtió en un vals de idas y venidas. Tan pronto Claudel desfallecía tallando obras para Rodin, como llena de furia se recluía en su trabajo y lo desafiaba con alguna de sus geniales obras. Camille quiso siempre y ante todo, esculpir. Vivió siempre atrapada entre aquellos encargos comerciales que le quitaban tiempo de desarrollar su creatividad y le garantizaban comida y un techo bajo el que vivir, y la obra que le daba la vida.

Camille Claudel fue una mujer culta, que leyó cuanto libro pasó por sus manos. Siempre ávida de transportar cualquier idea a un bloque de piedra. Trabajó cada hora de luz que le permitía el día, y leyó bajo las velas esperando el siguiente amanecer. Rechazó comida caliente por disponer de yeso o mármol hasta que el cansancio y el hambre se apoderaron de su ser.

Siempre alumna de, hermana de. Siempre vigilante de que alguno de los ayudantes que a duras penas podía permitirse malograra alguna de sus piezas. Así fue como la extenuación, el hambre y la deshonra un día cualquiera la llevaron directa al manicomio durante los siguientes 30 años de su vida. Con una lucidez abrumadora le suplicó a su hermano en múltiples cartas que la sacara de allí. Le habló del frío, del hambre, de los malos tratos. Nunca fue escuchada.

Blank, Irma Blank.

Miras. Distraída y desde lejos. Crees comprender lo que ves. Y entonces te acercas. Una sonrisa se te dibuja en la cara. La fascinación por lo que, pareciendo un simple garabato infantil, se perfila en un tejido entramado delicado, sutil. Sigues mirando aquellos finos hilos dibujados a boli. Como una tela vaquera hecha de vibrante tinta azul. Meses después, vi aquellas lineas rosa en anunciando la exposición de Irma Blank en Bombas Gens y supe que no me la podía perder.

I Am, Here I Am | Frieze

Tras las pesadas puertas de Bombas Gens la obra de Blank tiene su propia banda sonora. La aspereza de la pluma sobre el papel resuena y se vuelve un mantra. Un mantra que se repite sin descanso sobre papel y sobre lienzo.

«Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» dijo Wittgenstein, y Blank, nos vacía de contenido ríos y ríos de tinta. Nos vacía el mundo, dejando tan sólo sus pilares: las palabras. Reduciendo las palabras a tan sólo un sonido sobre el papel. El lenguaje ya no teje nuestra realidad. Se vuelve ejercicio, ritual. Las palabras, desconocidas, se superponen creando una realidad que se nos niega, nos excluye y al mismo tiempo nos integra en el sonido de la pluma sobre el papel, en ese olor a libro viejo que se esconde tras el cristal.

Irma Blank nació en Alemania, en 1934. En 1955 se traslada a Italia, donde el choque cultural y lingüístico la empujan al estudio del lenguaje, las palabras y símbolos. La palabra, con su significado exacto, que encorseta y limita la comunicación se vuelve la idea central de su obra. Blank quiere «salvar la escritura de la esclavitud del sentido» y trata por todos los medios de encontrar un punto de partida diferente, una página en blanco.

La minuciosidad obsesiva de su trabajo salta a la vista, de pared en pared. De papel a espejo, de tinta al óleo o la acuarela. La octageneria desembarca por primera vez en España, sigilosa pero innegable. Con el aplomo de una vida entera dedicada al estudio y la creación. Como muchas, ha disfrutado de la plenitud creativa alejada de los focos. El reconocimiento ausente, hasta que, disfrutada la vida entera, ya no hay opción a malograrse. Y, ahora sí, calidad asegurada (muerte próxima, obra completa), es merecedora de la atención y la buena crítica. Quizá algún día apostemos fuerte por mujeres jovenes. Nos arriesguemos a aplaudir a quién pocos años despúes pierda su fuerza (o rescatemos de la miseria la próxima gran artista). Mientras tanto, disfrutaremos de nuestras octagenarias.

Georgia O’Keeffe y el arte de no gustar.

Tras ver cómo la exposición de Invitadas se me escurría como arena entre las manos sin que se levantase el confinamiento perimetral, llegó Georgia O’Keeffe al Thyssen. Saqué entradas y arrastré a mi tribu hasta Madrid.

Con la audioguía cargada y a la hora exacta, cruzamos las puertas de la exposición. La imposibilidad de ver las primeras obras entre tantas cabezas apiñadas me irritó. Acostumbrada como estaba a pasear museos en la soledad de los días laborables, compartir espacio con el gentío de fin de semana me molestaba. La voz pausada con datos vacíos que ya conocía me estaba impacientando, así que de un tirón me quité los auriculares dispuesta a dejarme llevar tan sólo por el color.

Traté de alejarme un poco, buscar un espacio donde, por fin, respirar. Pero era imposible. Aquello había que visitarlo en fila, como en el cole y tratando de no pisar a nadie.

Me ha costado mucho sentarme a escribir este post. Mi enfado con O’Keeffe aún, a ratos, me dura. Sus obras tan vivas y brillantes en Instagram, no me habían sacado ni media sonrisa. Reviso las fotos que yo misma hice aquel día, y veo en ellas una belleza que aquél día no sentí. Ojeo el catálogo que casi no compré (¡gracias por insistir, familia!), tal era mi decepción y enfado. El libro es una joya llena de información, referencias y fotos de altísima calidad que te atrapan al instante. Aún así, no me abandona el mal sabor de boca.

Siendo a penas una niña, O’Keeffe decidió que sería pintora. Se dedicó con tesón a conseguirlo, convirtiéndose en una alumna aplicada, una alumna modelo en su escuela de arte. Fue reconocida por su técnica y precisión, pero pronto se dio cuenta de que aquello no bastaba.

Todo se había hecho ya. Todo se había hecho mejor. Abatida, se dedicó a dar clases de arte en la universidad de Virginia mientras seguía pintando, ahora para si misma. Estas imágenes sin pocas pretensiones, al carboncillo y sin color le proporcionaban un placer que no pudo más que compartir con su amiga Anita Pollitzer. Pollitzer le hizo llegar estos dibujos a Alfred Stieglitz, fotógrafo y galerista del momento.

Las pequeñas obras maravillaron a Stieglitz, quien al poco tiempo, le ofreció a O’Keeffe su primera exposición individual. Stieglitz se convirtió con los años en su pareja y gran apoyo. La popularidad y éxito de la obra de O’Keefe ya nunca dejó de crecer.

La naturaleza es la protagonista de sus cuadros. Paisajes, flores, skylines. Su capacidad para poner el foco en la belleza de cada lugar y desdibujarlo hasta llegar a su esencia hacen que su obra sea fácilmente reconocible. Sus imágenes, vibrantes, no escaparon a la reinterpretación de la mirada masculina: aquellos que veían órganos sexuales en cada cuadro que pintaba no dejaron de incomodarla. O’Keeffe trató de evitar comentarios soeces abandonando la abstracción, pero el que quiere sexo, sexo encuentra.

Pese a todo, Georgia O’Keefe había encontrado su voz y no dejó que nada, ni siquiera la incomodidad, la silenciase.

Laura Pérez. Only Murders in the building.

Cuando me siento perdida, desconectada, vuelvo a mis raíces. A aquello que sé que me funciona: un buen libro, un té caliente, una conversación con mi madre… Y cuando siento que la inspiración me falta y una pequeña vocecita me dice » ya no tienes nada más que escribir, hasta aquí ha llegado tu proyecto», hago lo mismo. Vuelvo a mis libros base. Mis libros de arte que en el día a día siento ya superados, exprimidos. Pero siempre, al hojearlos de nuevo, salta la chispa.

Me encontraba en el estudio. De pie. Pasando páginas de mi libro de ilustradoras, buscando algo más fresco, diferente, cuando tropecé con ella. Decidida, volví a sentarme frente a las teclas y busqué su nombre en Instagram. Tremenda sorpresa cuando vi en su feed todas las ilustraciones de aquella serie que tanto me había gustado: Only murders in the building.

Laura Pérez es una ilustradora y autora de cómic valenciana (sí, sí, encima de la casa!). Estudió Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia y durante su formación realizó estancias en Francia y Canadá. Con una proyección internacional impresionante casi desde el comienzo de su carrera, ha realizado ilustraciones para grandes empresas como el Washington Post, National Geographic, The Wall Street Journal, FNAC, Correos o la OMS (sólo por nombrar algunos ejemplos). Ha publicado varias novelas gráficas, de hecho su próxima novela en solitario, Tótem, sale a la venta este mes de diciembre.

Su trabajo ha sido seleccionado en dos ocasiones para formar parte de la 3x3mag, una revista-concurso en que anualmente el trabajo de los mejores ilustradores a nivel internacional es seleccionado por un jurado técnico y publicado como un compendio de lo mejor en el campo de la ilustración. Sus primeros pasos en el mundo del cómic recibieron el premio Valencia Crea de esta categoría, y desde entonces muchos otros premios han llegado: el Ojo Crítico de Comic de RNE (2020), el Ignotus al mejor tebeo nacional (2020), etc. Además de no dejar de publicar, sus obras se exhiben anualmente en múltiples exposiciones, y ahora, en la serie de moda de Disney+.

Sus dibujos para la serie son personas que se detienen un instante fugaz ante la ventana, sin ser conscientes del espectador que los observa ávido de información. Ajenos a los miles de ojos que los observan, nos regalan un momento de máxima intimidad que, por su cotidianidad e intranscendencia revela su autentica personalidad. Una auténtica delicia en una serie muy bien hilada, así que… qué hacéis que no corréis a verla?

Jenny Saville.

A pocas horas de abandonar este paraíso desde el que escribo pienso en las montañas. En oír mugir las vacas desde la ducha. En el olor a hierba mojada. En ver amanecer. La vorágine de estos últimos meses parece lejana, y a la vez, me ha traído hasta aquí.

Escribo estas palabras sabiendo que me he tratado como esa planta a la que decides regar mañana porqué hoy vuelves del trabajo cansada. He trabajado, feliz, hasta la extenuación. Y también he escondido los problemas entre cucharada y cucharada de helado. Veo ahora en mi cuerpo unas formas que no reconozco, que no espero. El recordatorio de todo aquello que puedo ser, de todo aquello que no soy.

Pienso en la fealdad. En el cuerpo como herramienta. Que te lleva por el sendero del bosque. Que te permite disfrutar de lo inesperado. Teclear estas palabras. Y pienso en Jenny Saville. En sus carnes sonrojadas, flácidas. La artista británica arranca del cuerpo de mujer el erotismo y la belleza estereotipados. Nos da imágenes donde, si no apartamos la mirada, poder encontrar nuevas formas y reflejos de nuestra propia carne.

Saville nos arma con imágenes que todos podemos usar. Representa y dota de espacio la crudeza de los cuerpos en todos sus espectros. El género se difumina y se vuelve carne. Las heridas se tornan presente. La carne nos identifica, pero…¿nos define?

Jenny Saville, una historia de éxito.

Jenny Saville es conocida por formar parte del colectivo de los Young British Artists (YBA), el grupo de artistas revolucionó el arte en los años noventa. Siendo un grupo muy variado, quizá la característica que más los unía era el uso poco convencional de los materiales con que creaban sus obras (buscaban crear impacto, y no dudaban en usar animales embalsamados, materiales desechados o cualquier cosa que se cruzara en su camino). ¿Qué pintaba pues la tradicional pintura al óleo de Saville en este grupo?

Propped (apoyada)- Jenny Saville 1992

Pese a no formar parte del grupo en sus primeros años, su revolucionaria forma de abordar las imágenes corporales cautivó a Charles Saatchi, publicista y coleccionista de arte que fue uno de los principales impulsores de los YBA. Tal fue la fascinación de Saatchi por la obra de Saville, que compró toda su obra hasta la fecha y le ofreció comprar su producción artística de los siguientes 18 meses. Era el año 1992 y Saville acababa de graduarse en la Glasgow Art School.

Desde entonces su fascinación por los cuerpos y su representación la han llevado lejos. Se ha convertido en una artista mundialmente reconocida, e incluso, su obra Propped la convirtió en 2018 en la artista (mujer) viva cuya obra haya alcanzado mayor valor en una subasta (vendiéndose por 10,8 millones de euros). Quizá lo paradójico es que una mujer haya alcanzado el éxito vendiendo desnudos que no son para consumo, mostrando aquello que millones de mujeres quieren ocultar: la celulitis.

Hondalea. Cristina Iglesias.

La noticia acerca de la intervención de Iglesias en el faro de Santa Clara en Donostia, Hondalea, apareció de la nada mientras organizábamos un viaje a Navarra. Con la excusa de unos buenos pintxos y un buen vino, arrastré a mi familia hasta allí. No era la primera vez. Tengo la gran suerte de que, vino mediante, me siguen al fin del mundo: son una buena tribu.

No saqué entradas. La improvisación y el turismo están bastante reñidos, así que nos limitamos a disfrutar de una porción de tarta de queso de La Viña sentados en un banco frente al museo San Telmo. Tras pasear la ciudad y disfrutar sus pintxos y zuritos en el casco antiguo, nos merecíamos aquel momento de descanso. Levanté la mirada de mi porción de tarta un instante y lo vi: un cartel enorme anunciando una exposición del trabajo preparatorio de Cristina Iglesias en la creación de Hondalea. No estaba preparada.

Conocía algunas de sus instalaciones: habitaciones vegetales que simulaban grandes laberintos, cubos espejados que se fundían entre los árboles de un bosque, celosías que creaban estancias,… Había buscado su obra mil veces en Google. Había leído acerca de sus litografías sobre cobre, pero las imágenes de dudosa calidad que se encuentran en internet me impedían siquiera hacerme una idea.

Serigrafías. Ácido sobre cobre. Cristina Iglesias. 2021.

El San Telmo reserva una pequeña sala para Iglesias y Hondalea. Nada más entrar, llama la atención la «piscina de cemento» en que reposan las rocas de bronce creadas por la escultora. El agua sigue el ritmo de la marea y crea un suave ronroneo que te acompaña por la sala. Dibujos preparatorios, vídeo de la visita al faro, y unas acuarelas maravillosas. A mi espalda las serigrafías en bronce y cerrando el círculo seriagrafías sobre papel a distintas tintas.

Cristina Iglesias ha recibido, entre muchos otros, el premio nacional de artes plásticas y la medalla de oro al mérito en las bellas artes. Su obra pobla el mundo creando espacios mágicos donde nada es lo que parece y todo nos devuelve un reflejo.

Hondalea. Abismo marino. Las traducciones son odiosas, pero el rugido del mar no deja espacio a la duda. El bronce se viste de roca y deja paso al agua que se cuela por todos sus recovecos y rincones. Nos faltó el pequeño viaje en barco hasta Santa Clara y subir el camino serpenteante hasta el faro. Tal vez pronto, con un buen vino de por medio….


Mamma Andersson.

Hablemos de la artista sueca contemporánea de mayor proyección internacional. Hablemos de Mamma Andersson.

Hablemos de la artista sueca contemporánea de mayor proyección internacional. Hablemos de Mamma Andersson.

Las obras de la artista sueca Mamma Andresson esconden un secreto. Son como esa escena de una película en que todo está en calma y la banda sonora desaparece. El silencio toma el control de la escena y sabemos que algo está a punto de pasar.

Cuando miras sus cuadros te das cuenta de que todo está en su lugar. Todo es correcto. No hay ninguna pista, ningún aviso. Y aún así, algo no va bien. El misterio es palpable.

Algunos dicen que Andersson es una maestra de la belleza post-apocalíptica. Y quizá tienen razón. Otros en cambio, aseguran que sus imágenes corresponden al mundo de los sueños, o a una distopía. La realidad es que ella misma afirma sentirse atraída por lo oscuro, lo difícil. Encontrar belleza en el misterio, la oscuridad. Como la belleza atrapada en los cementerios.

Pero no os equivoquéis. Quizá os parezca al mirar uno de sus cuadros que os estáis asomando al interior de alguien. A sus más profundos pensamientos. Pero en ellos nunca encontraréis violencia ni tampoco la veréis jamás sacar partido del horror.

Su proceso de creación

Su proceso de creación es fascinante. Rodeada por miles de libros, atesora imágenes (generalmente en blanco y negro) en las que luego inspira sus composiciones. Paisajes cercanos a ella, fragmentos de películas, interiores de época… cualquier imagen puede ser desvestida de su contexto y barnizada en la modernidad que respiran todas las obras de Andersson.

La artista cuenta en una entrevista para el Louisiana Museum of Modern Art (cuyo enlace a YouTube os dejo abajo) que de pequeña tuvo dificultades para aprender a leer y escribir. Y que de esta dificultad nació su amor por las imágenes y su pasión por el cine.

Habla también de la dificultad de comenzar proyectos. De la inseguridad y la duda sobre el valor de una misma que genera el lienzo blanco. Cuenta su proceso con tal franqueza… ¡que cualquiera creería que está hablando la artista sueca de mayor proyección internacional!

Pero como iba diciendo, los cuadros de Mamma Andersson están llenos de secretos. Capa sobre capa, la pintura se acumula revelando cada pequeño detalle, para luego fundirse en un ligero baño de color que nos oculta la respuesta que buscamos. Para conseguir revelar lo que sus imágenes ocultan, solo podemos seguir observando.


Entrevista para el Louisiana Museum of Modern Art

Zinaida Serebriakova.

Cuando decidí escribir sobre Zinaida Serebriakova estuve un tiempo pensando acerca del desnudo. De los desnudos sexualizados para uso y disfrute de algunos hombres. Y de cómo las mujeres desnudas de Serebriakova parecen evitar esta cosificación. Comparé, como muchos antes que yo, la Sauna de la artista con el Baño turco de Ingrés.

Y aunque las diferencias son evidentes (las mujeres de Ingres son casi una parodia de si mismas), no era esto lo que me atraía de ella.

De Zinaida adoro el brillo, la vitalidad. Sus cuadros son como pequeños frascos de esencia, puros. Y aunque algunos dirán que tan sólo es una característica más del estilo que domina su obra, la realidad es que Serebriakova sobresalía.

Nació en 1884 en la Rusia que hoy llamamos Polonia. Con una madre dibujante, un padre escultor y un abuelo arquitecto, Zinaida se crio en un ambiente que le permitió desarrollar desde pequeña todo su potencial artístico. Y pese a que Serebriakova respiraba arte en cada bocanada de aire, muchos aseguran que su mayor influencia fue su tío materno: Alexandre Benois.

Benois fue uno de los fundadores de la revista (y movimiento artístico) Mir Iskustva en 1898 (que, para aquellos que no hablamos ruso fluido, significa «Mundo del Arte»). Cansados de la rigidez del idealismo clásico que imponía la Academia de San Petersburgo (héroes y mitología griega a tutiplén) los rusos buscaron una nueva forma de arte. Un arte ruso. Un arte para el pueblo. Un arte que respirara la realidad social y política rusa. Que bebiera de sus paisajes y convirtiera cualquier escena íntima en imagen y modelo de la vida rusa. Y en este espíritu trasformador enmarcamos también la obra de Serebriakova. Este movimiento, encarnado en la revista Mir Iskustva, unió bajo sus alas a pintores, ilustradores, diseñadores escénicos, restauradores… Toda una renovación artística y social que culminaría en la revolución de octubre (1917).

En esta revolución la vida de Zinaida dio un vuelco. Su esposo murió estando encarcelado y dejándola sin sustento, 4 hijos y una madre enferma. Pero el arte de Zinaida era valioso. Y ella lo sabía. Cuando lo fácil hubiese sido buscar un trabajo «más convencional», ella siguió pintando. Cambió sus materiales (a más económicos) pero no su calidad. En 1924 fue invitada a París a realizar un gran mural. Siendo el único sustento familiar, dejó a sus hijos atrás y marchó a París.

Y tardó 36 años en volver. 36 años sin reencontrarse con su hija mayor, Tatiana. 36 años tuvo la entrada prohibida al país. Pero ella, siguió pintando. En 1966, un año antes de su muerte, su obra fue por fin reconocida en Rusia con una gran retrospectiva en Moscú. Un año después Zinaida Serebriakova murió en París. Una mujer que convirtió en belleza todo cuanto tocó.

Toyin Ojih Odutola.

Como leer La historia interminable a la luz de la linterna bajo una sábana. La lluvia que golpea con fuerza el cristal en un masaje relajante que acaba en un estallido luminoso. El crepitar de una chimenea de leña. Los primeros buñuelos con chocolate de la temporada. El hormigueo en las mejillas tras una larga carcajada. El olor a libro nuevo. Como ese libro que se adueña de tu tiempo y espacio y te lleva lejos… a mundos nuevos. Así fue descubrir a Toyin Ojih Odutola.

Iba en el metro de camino al trabajo escuchando uno de mis podcasts favoritos The great women artists cuando googleé su nombre. Su obra me maravilló en cuanto comenzaron a cargarse las imágenes ante mis ojos. Fue amor a primera vista pero mi fascinación fue creciendo conforme fui encontrando información sobre ella.

Toyin Ojih Odutola añadió el Ojih, el apellido de su madre, a su nombre en 2015. Procedente de Nigeria emigró a Berkeley (California) cuando solo tenia 5 años. Aterrizó en California sin saber ni una sola palabra de inglés, y cuatro años después se mudó a Alabama donde rápidamente aprendió la compleja realidad del racismo. La importancia de ser negra. Africana para más señas.

Comenzó a dibujar como forma de evasión y poco a poco se construyó un espacio y un nombre. Ha recibido múltiples premios, incluso apareció en la revista Forbes como una de las personas más influyentes de menos de 30 años.

Pero lo que más me fascina de su obra es su forma de crear. Su forma de construir historias. Escribirlas y luego plasmarlas sobre el papel. Su capacidad narrativa me recuerda a Úrsula K. Le Guin: ambas crean imágenes potentes que nos ayudan a cuestionarnos la realidad y transformar el mundo a nuestro antojo. ¿Imaginas un África de-colonial? ¿Imaginas una antigua civilización en Nigeria central donde las mujeres gobernaran sobre una población de hombres-humanoides? De colores vibrantes a todo al negro. Coge aire y deja volar la imaginación. Toyin Ojih Odutola.


Enlaces de interés:

Galería Jack Shainman
Entrevista Vogue 2018
Entrevista The Guardian 2020

Joan Mitchell.

El agua comienza hervir. Y en la pequeña burbuja que desde las profundidades de la olla, crece y rompe con fuerza en la superficie entiendo, por fin, a Joan Mitchell.

Nacida en una familia pudiente de Chicago, Joan creció con la vergüenza de no ser el hijo que su padre deseaba. Criada en un ambiente exigente, compitió (y ganó) en múltiples disciplinas deportivas sin conseguir jamás el respeto y amor de su padre.

Ruda, masculina, violenta. Con un lenguaje agresivo listo para mantenerte a raya. Su coraza la protegía y la asfixiaba. Le impedía establecer lazos afectivos sin regarlos en alcohol. Ella creía que la ayudaba a borrar las limitaciones impuestas de su género.

Su talento artístico se impuso como un hecho inamovible en su vida. Antes incluso de graduarse en la escuela de artes, ganó una beca que usó pocos años después para viajar a Francia. Atraída por el romanticismo de la ciudad y el arte europeo, en 1948 descubrió una Francia post-guerra cruda y distinta a la de su imaginación.

Aún así, París fue siempre su segundo hogar: vivió allí más de 25 años. Nacida en Chicago, neoyorkina de adopción, y enamorada de París, vivió su vida a caballo entre dos continentes. En Francia, con la incomprensión más absoluta de su arte y el desprecio por ser americana. En Nueva York alejada de su pareja, aclamada por la crítica y adorada por sus amigos.

Pese a su éxito casi permanente, su vida estuvo marcada por múltiples relaciones tormentosas. Más vulnerable y sumisa de lo que siempre quiso ser, tropezó todo el tiempo con hombres que abusaron de su lealtad, la maltrataron y jamás fueron honestos con ella. La dependencia emocional de un hombre casado con el que mantuvo una relación de décadas le robó la oportunidad de tener esa hija con la que tanto soñó. Quizá hoy, hubiese buscado un donante de semen…

Joan encontró en una casita en el sur de Francia la soledad necesaria para crear. El espacio para ser ella misma. Y encontró en Gisèle Barreau la amistad y el apoyo que siempre necesitó. Su obra, enérgica, dura,… como su vida. Como ella. Como esa burbuja en la olla que pese a su fragilidad rompe con fuerza en la superficie arrasando con todo.