Conocida mundialmente por su ensayo Todos deberíamos ser feministas, una adaptación de su charla TED de 2013, Chimamanda es mucho más que la mujer que puso, en pocas y sencillas palabras, el feminismo encima de la mesa.
Sus novelas, que al menor descuido te roban el corazón, abren las puertas de un mundo que muchas veces nos queda lejos. En ellas, Chimamanda nos presenta su país, Nigeria, en toda su complejidad y grandeza. Nos habla de la larga sombra del imperio británico, con el inglés como lengua de prestigio. Del desprecio a las tradiciones, que se vuelven primitivas, tribales incluso, indignas de una Nigeria Moderna. Pero también del orgullo, del amor a la tierra. Y de los que emigran para prosperar. De los que regresan y sólo encuentran desprecio a su paso (complejo de inferioridad a flor de piel). De los que se van para no volver.
Reivindicativa por naturaleza, Chimamanda no pierde la oportunidad de poner los puntos sobre las íes. En sus novelas, con mujeres fuertes que se abren paso hacia la libertad que necesitan. En su Instagram, con el proyecto «Wear Nigerian», subiendo solo fotos en las que viste ropa hecha en y por nigerianos. También defiende el pelo afro, alejando la idea de «dejadez» que durante años ha significado para las mujeres africanas llevar su pelo al natural, viéndose obligadas al uso continuado de abrasivos alisantes.
Pero volviendo a sus libros, sus historias fluyen lentamente, abrazándote, maravillándote. Y sin darte cuenta, te acercan a una cascada cuya caída te sacude y te golpea. Para luego recogerte en un final que vuelve lentamente a fluir. O al menos, así viví yo la cruda relación de Kambili con su padre en La flor púrpura, y los malentendidos entre Ifemelu y Obzine en Americanah.
Amaia Ascunce dijo en el podcast de Cristina Mitre que Americanah (y Chimamanda en general) era el libro que se le regala a alguien que no sabes si le gusta leer. Porque su lectura es fácil, pero su historia te atrapa.
Aún me quedan Medio sol amarillo y Algo alrededor de tu cuello por leer. Los guardo para un momento especial, como un superpoder. Y a la vez, les tengo respeto: sé lo que cuesta elegir un libro tras leer a Chimamanda. Nada parece estar a la altura de mi escritora favorita.