Tras la euforia de descubrir «Des/Orden moral» en el IVAM y revisitarla, y re-disfrutarla, llegó el momento de desgranarla minuciosamente lápiz en mano.
Y es que el catálogo está lleno de datos curiosos, citas y salseo de primer orden (quien se acostaba con quién, soñaba con quién, amaba a quién). Porque claro, hablar de sexo, amor y relaciones con nombres y apellidos (de artista) es lo que tiene, que saca la mejor versión de Rita Skeeter que hay en nosotros.
Pero una vez hecha la broma, los ensayos del catálogo me han gustado mucho. Para nada caen en el mal gusto y en cambio tienen un hilo conductor claro que te lleva de artista en artista, de pareja en trío, y de país en país.
La exposición trata sobre el desorden. Y por desorden entendemos todo aquello que se aleja (en mayor o menor medida) de lo convencional. De lo fácil. de lo establecido. Incluso de lo legal.
Europa pre-sigloXX
Queremos hablar de la Europa en el período de entreguerras, pero para saber cómo llegamos a este periodo debemos echar un poco la vista atrás. ¿Cómo era la realidad de mujeres, homosexuales y queers en la Europa del siglo XX? ¿Pero existe eso que llamamos «Europa»? La realidad era muy diferente según «en qué Europa» nos encontremos.
En la Francia de comienzos del siglo XIX, por ejemplo, el código penal no castigaba la homosexualidad. Desde luego, no castigaba la homosexualidad escondida, alejada de las manifestaciones públicas (y por tanto escandalosas y ultrajantes). Con la «permisividad» francesa contrasta la legislación alemana o inglesa que reservaba penas de cárcel e incluso de muerte a los homosexuales (omitiendo a las lesbianas: ¡¿qué mujer en su sano juicio querría acostarse con otra mujer?!).
Por otro lado, la corrección propia del siglo XXI nos hace hablar de homosexuales, gays y lesbianas, pero la realidad en el siglo XIX era muy diferente: no fue hasta 1869 que el astro-húngaro Kertbeny acuñaría los términos homosexual y heterosexual. Hasta la fecha tan solo existían sodomitas, uranistas, dionistas…
A finales del siglo XIX y comienzos del XX se extendió un culto al cuerpo muy parecido al que vivimos hoy en día. El cuerpo musculoso, desnudo, (masculino), como símbolo de salubridad. El deporte como símbolo de modernidad. El sentimiento era global: Inglaterra y Alemania bien en su vertiente mitológica o sirviéndose de la imagen de los marines, rendían tributo al cuerpo del hombre joven. Hombres pintando hombres, abrazando la belleza de su desnudo, su heterosexualidad intacta. Ni sombra de la duda.

Pequeñas, nuevas libertades.
Por su parte, el año 1895 sacudió los cimientos de la sociedad británica. Oscar Wilde fue condenado a dos años de cárcel y trabajos forzados por ultraje a la moral pública. Esta sociedad, constreñida en los hábitos victorianos, en la contención y represión de las emociones y deseos se rebeló en la diversidad y el arte.
De aquella rebelión necesaria surgió, entre muchos otros, el círculo de Bloomsbury. Se erigió en lo que hoy llamaríamos un espacio queer de debate artístico e intelectual que abarcó prácticamente todas las disciplinas y se manifestó en todos los ámbitos y espectros (incluyendo sexo y género). Se relacionaban a todos los niveles, sin tener en cuenta convenciones ni imposiciones de ningún tipo. Las hermanas Vanessa Bell y Virginia Woolf, la amante de Woolf Vita Sackville-Weast o Duncan Grant (padre de la hija de Vanessa Bell) fueron algunos de sus integrantes. Dorothy Parker llegó a decir de ellos que «vivían en squares y amaban en triángulos».
Guerra, post-guerra y violencia.
Pero llegó la guerra. Y tras la gran guerra llegó la pobreza, la miseria y la necesidad de reconstruir la sociedad. La rabia y el resentimiento latente en las venas de los hombres (aquellos que perdieron la guerra), se tradujo en un aumento brutal de crímenes sexuales contra las prostitutas en particular y las mujeres en general. El arte trató de reflejar y a su vez exorcizar toda esta violencia.
La mujer sexualizada como objeto de consumo surgió a la vez que la cultura de medios (revistas, periódicos, teatro…). Contrasta la nueva imagen de la mujer con pantalones, fumadora y cabello à la garçonne (la mujer liberada estoy tentada de decir) con el feroz consumo de imágenes de mujeres semi-desnudas en que son agarradas, manejadas, por hombres completamente vestidos que las poseen (económicamente).

En su necesidad por construir una sociedad moderna, Berlín se convirtió en el centro de la vida nocturna y la libertad sexual. Pero la burbuja estaba a punto de estallar: los nazis llegarían pronto al poder (y con ellos la represión de todas las libertades).
Totalitarismos y culto al cuerpo.
Los escultores nazis tomaron como sello de identidad el culto al cuerpo, que fue usado como propaganda de la superioridad aria, como forma de exaltación del nazismo. De forma similar ocurriría en Italia con Mussolini. En cambio, en España, el franquismo no buscaría tanto la fuerza y salubridad del cuerpo ideal, de la escultura griega y romana, sino que el adoctrinamiento heteropatriarcal, católico, tomaría ejemplo de la servidumbre del medievo.
En cuanto a los rusos, tras despenalizar la homosexualidad en 1918, la llegada de Stalin dio carpetazo a muchas libertades. El prototipo soviético de pareja estaba claro: el martillo y la hoz. Obreros y koljosianas (campesinas de granjas colectivas) enérgicos, fuertes, listos para trabajar. Las libertades de las mujeres en este contexto eran muy limitadas, el machismo fluía libre por las calles soviéticas (y prueba de ello son también las miles de mujeres alemanas violadas tras la segunda guerra mundial).
Si algo queda claro del análisis de este periodo es que hubo grandes avances sociales. Seguidos de grandes retrocesos. La historia parece no dejar de pendular. Y aunque algunos de estos momentos ahora nos resulten lejanos, el arte da testimonio de ellos (y puede ser una gran advertencia de donde queremos o no queremos ir).